Nada en este mundo está bajo control. No hay nada garantizado ni aunque nos lo den por escrito. La vida se limita a pasar a su ritmo. El que pueda subirse que la disfrute y el que tenga que bajarse que se mejore y vuelva pronto. El que no pueda regresar...lo recordaremos un ratito y puerta.
Se pierde el tiempo, las fuerzas y las ganas. Ya la valla se convierte en un muro infranqueable que no hay guerra que lo derribe. Tampoco se puede llevar armadura porque pesa demasiado y de dejarlo pasar se moja y se oxida.
Pasan los días, las semanas, y la perseverancia se convierte en desesperación y la calma es prisa. Después de ir dando pasos hacia delante, veo que me quitan las losetas y me hacen retroceder. Duele el cuerpo, la mente y el bolsillo. Duele la salud y la dependencia que siempre he detestado. De positivo paso a ser un asterisco, que no llega a convertirse en negatividad extrema, pero que no me deja opción llegado a este punto.
Mis ojos se convierten en dos cruces rojas que lloran resignación y mi boca sellada en la soledad de mis días. Me hago pequeño, indefenso e insoportable. Empiezo a llevarme mal conmigo mismo porque una parte de mí solamente quiere estar recuperada y con raqueta en mano, la otra dice que hay que ser pacientes y esperar lo que venga, que cuánto más tranquilo más rápido pasa. Mi ángel y demonio particular. Una de mis guerras internas que suelo mantener en alto secreto. Aunque ahora prefiero que sea una realidad, a la que tengo que enfrentar a partir de hoy...
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