No entiendo por qué la gente no se atreve a perder la compostura. Hay un miedo feroz a hacer el ridículo, a volverse loco, a decir tonterías una detrás de otra. Pero pensando un poco, ¿quién es compostura? ¿Acaso le debemos algo? No siempre se puede ser correcto y disimular que las cosas van bien.
Me gusta pasearme dentro de las ramas de la locura, lanzar frases que salgan espontáneas sin ton ni son. Ponerme a brincar porque me apetece o simplemente gritar en medio del supermercado al ver el precio del aceite. ¿Y qué más da lo que pase después?
Doy gracias al creador de la vida y de las personas por haber dado al ser humano el poder de no soltar por la boca todo lo que se piensa. Aunque ya no quede nada siempre podré decirle a mi cerebro que le diga a mi boca que no diga lo que primero que se me pasa por la cabeza. Igual cuando me pille el alzheimer me trago mis palabras, pero ahora agradezco el tacto.
Ya me he acostumbrado, pero estoy convencido que si digo lo que llevo dentro en ciertos momentos me llevan al manicomio de cabeza, sin pedirme declaración o beneficio de la duda. Me exiliarían del planeta, del universo entero, y nunca se volvería a hablar de mí.
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