
No se trata solamente de no poder observar a las estrellas y planetas en todo su esplendor (a pesar de que muchos astrónomos y compañías han presentado quejas al respecto) sino que va mucho más allá. Es muy dañina para los animales y las plantas, cambia parte de la forma de vida del ecosistema. Emigraciones, reproducciones, alimentación...
El día es tan necesario como la noche. La luz del día es una gran fuerza biológica para muchos animales, y actúan como un imán. Sin contar con la cantidad de seres nocturnos que hay, que salen a buscar comida en la noche. Las aves migratorias confunden las luces de edificios y farolas y se estrellan contra ellas. Las tortugas marinas desovan en playas oscuras, las ranas y sapos vive cerca de autopistas, sufriendo una claridad un millón de veces más de lo normal. Casos así hay cientos.
Los esfuerzos por controlar la contaminación lumínica se están extendiendo cada vez más. Cada vez son más las ciudades e incluso países, como la República Checa se han comprometido a reducir el resplandor innecesario. Carteles luminosos, exceso de luz de farolas en calles y carreteras, iluminación de escaparate...no es estrictamente necesario en nuestro día a día.
Necesitamos la oscuridad para nuestro bienestar biológico y nuestro reloj interno. Es parte fundamental de nuestro ser. Alterar estos ritmos, sería como alterar fuerza de gravedad de la Tierra.
La contaminación lumínica hace que perdamos de vista nuestro verdadero lugar en el universo y nos olvidemos que más allá de lo que nuestros ojos puedan ver, hay una Vía Láctea que quiere seguir siendo descubierta y admirada desde nuestro planeta.
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