lunes, 27 de octubre de 2008

UNA ESTATUA EN EL DESIERTO


De rodillas en la arena y mirando hacia el cielo. La tristeza recorriéndome las venas, moviéndose por mis arterias, introduciéndose en los poros de mi piel y deslizándose por mis mejillas en forma de lágrimas. Bajando lentamente hasta caer en la arena, y desapareciendo en segundos, me pregunto si ese soy yo.

Me cuesta concentrarme y me pregunto por qué lo estoy haciendo de nuevo.

Me pregunto por qué no cumplí esa promesa de no sentir lástima de mí mismo. Me pregunto qué me ha llevado a ese estado de lapsus interno que no me deja centrarme en mi vida. Este sentimiento que no me deja ser yo mismo, que se ríe de mí y me hace sufrir. Ese lugar al que voy de vez en cuando en contra de mi voluntad, al que siempre me juro no volver, pero del que a veces no puedo salir.

Y poco a poco mi cuerpo se va llenando de sellos grabados a fuego vivo. Me veo sentado en un yunque mientras el mundo me martilla y me moldea a su antojo.

Veo cómo paso de ser plano a un estado de redondez extrema, donde mezclo mi principio con mi final más cercano. Con un cincel me van arrancando trozos de mi alma, mientras mis huesos huyen de mi ser para no quebrarse de nuevo.

Ni mis manos quieren seguir conmigo. Mis piernas no me obedecen, y mis dientes han acabado por caerse de la vejez de mis años. Veintitrés para ser más exactos. Y no me sirven de nada.

Mi juventud acabó por marchitarse; cogió sus maletas y marchó a otro lugar. Abandonó esa vida de altibajos y de estrés en sobrecarga. Dejó ese mundo de canciones tristes y de sentimientos en llaga viva. Huyó de ese amargado y de su futuro de dolencias innecesarias, pero provocadas. No quiso entender de autolesiones, ni de masoquismo.

Echaba de menos el calor humano, y el cuerpo a cuerpo que una vez hubo en sus brazos.

Y de eso se trata, de lo humano de los gestos, de las palabras, de las miradas. De esas cosas que dejaron de existir hace tiempo. Esas cosas en las que dejé de creer hace años.

Y desdoblando los papeles de mi destino, descubro que todo sigue en juego. El folio sigue en blanco. Ha estado dos décadas en blanco, y a día de hoy sigue sin tocar la tinta.

Cientos de burbujas que me rodean y no puedo ver, pero las siento. Siento cómo me golpean poco a poco hasta que me hacen vulnerable del todo. Hipocampos que me pican hasta sangrar, y cuando me doy cuenta estoy en el fondo del océano lamiendo mis heridas. Me veo formando la nada en el azul marino del agua, y totalmente solo.

No veo mi alma, porque hablo a menudo de ella, pero no sé si existe, no sé cómo es, ni sé si se mueve. Vuelvo a encontrarme en ese caparazón del que salí hace un tiempo, y vuelvo a meterme dentro. Decido buscar esa perla que ya no existe, porque varios piratas la han asaltado y acabaron con ella. Pretendían robarla, pero al final la destruyeron, y ahora ya no existe, porque nadie piensa en ella. Su dueño hace días que dejó de buscarla, y se dedicó a dejarse llevar por vendavales. Se dedicó a perderse a sí mismo, y a esconderse de las sombras. No quiere saber de barcos, ni de náufragos ni de tesoros. Ya se olvida de conquistas y de espadas en motines.

Las palabras no vuelven a los labios, porque su boca está en huelga perpetua, hasta que vuelva a reencarnarse en otro espíritu, pero parece imposible. Los espíritus huyen como locos en un manicomio, y al final se rinden al poder de la mente, pero ya es demasiado tarde, porque están corrompidos por la miseria.

Mi cerebro está conservado al vacío en lo que antes era mi cráneo, pero ahora no es más que polvo y telarañas. Imposible el pensar, impensable el razonar, intolerable el regresar. Las tempestades han devastado hasta las plantaciones de los más finos arroces.

Mis dedos están congelados del frío del corazón, y mi cintura se ha hecho añicos de los zarandeos de la angustia. Mis ojos se quedaron ciegos de tanto mirar al vacío y mis párpados nunca fueron los mismos después de la ceguera. Mi espalda ahora tiene forma de interrogación, porque ya no sabe dónde más preguntar por mi integridad.

Mi voz intentó gritar a los vientos que todo estaba perdido, y sólo consiguió susurrar unas pocas palabras que nadie escuchó: “el Apocalipsis sobre mí”.

Sin jamás imaginarlo, me veo en aquella playa de nuevo. Empapado y entumecido. Temblando y desorientado. Mi mirada nunca fue más escéptica, y mi mente nunca estuvo tan perdida. Mis pies permanecieron firmes ante las olas, y mi cuerpo desnudo parecía la sombra de un esqueleto en un calabozo. Mi cara ya no tenía mueca, pero mi cerebro parecía una máscara en blanco y negro. Incomprensión verbal, el olfato totalmente inservible, y mis oídos taponados por la presión. Poco a poco mis sentidos se desprendían de mi ser, mi intuición abandonaba mi cuerpo, y el vértigo me hizo caer en la orilla. No hubo rendición, no hubo lucha, ni siquiera hubo humanidad, tan sólo lástima. Pena de ese individuo que no tenía nada, y que lo poco que le ganó al tiempo lo perdió apostando su vida. Lo perdió al darlo todo por alguien que nunca estuvo allí; por alguien que se fue antes de venir, por alguien que partió antes de seguir.

Y justo en el momento en el que parecía que mis restos servirían de alimento a los peces, sentí esa luz. Sentí ese destello transparente de color azabache. Vi como se acercaba a mí, y mi elevaba con su poderosa aura. No pude resistirme, ni rendirme de nuevo. Sólo pude mirar fijamente y reconstruirme una vez más.

Me miró fijamente, me cogió de la mano y me llevó a algún lugar que no recuerdo. Me dijo que su nombre era Oportunidad, y que había venido a salvarme del vacío. No era mi hora, no era mi momento, y debía volver al reino de la tierra. Me dijo que misión en el mundo no era tan sencilla como dejarme caer y rendirme. Me aseguró que iba a sufrir, a llorar, a gritar, y a explotar. Me prometió que la nada no existe, y que el todo no es absoluto. Me dio un cofre que contenía confianza y respeto. Me metió en los bolsillos un puñado de ilusiones, y me dio un beso lleno de sueños. Abrió una puerta dorada y me empujó hacia su interior. Éstas fueron sus palabras: “de regreso en el mundo aprenderás la más valiosa de las lecciones…quererte a ti mismo”. Y como la luna al desvanecerse con el día, desapareció en medio del firmamento.

Mientras, yo permanecí ahí, de nuevo en esa playa, como un dios reencarnado en un simple mortal. Esperando a que algún ser humano viniese a salvarme de esa vida pasada, que ya no recordaba nunca más, pero que sentía en lo más profundo de mi ser.


No hay comentarios:

EL COMIENZO NUNCA RESIDE SOBRE NINGÚN PRINCIPIO...

Parecía que nunca nacería, pero aquí está...con una estética forzada y protocolaria. Con un toque propio de esos que te recuerdan a quién pertenece y con muchas expectativas de futuro (para liberar tensiones más que nada). Sin más, pongamos puntos y suspensivos a esto que nace hoy y que nadie sabe hasta dónde llegará....bienvenidos a mi verdad




"LA LOCURA QUIZÁ NO SEA OTRA COSA QUE LA SABIDURÍA MISMA QUE, CANSADA DE SOPORTAR LAS INJUSTICIAS DEL MUNDO, HA TOMADO LA INTELIGENTE RESOLUCIÓN DE VOLVERSE LOCA"

TODO OBJETO VARÍA SEGÚN LA VISIÓN DEL QUE LO CONTEMPLE

TODO OBJETO VARÍA SEGÚN LA VISIÓN DEL QUE LO CONTEMPLE