
Ataques del corazón repentinos. Embolias, trombosis, edemas...mismo perro con distinto collar. En el fondo todos son asesinos. Cada uno espera en una esquina para atacar cuando menos te lo esperas. Sin piedad, para poner a prueba la medicina actual, los profesionales médicos. Soluciones rápidas y catastróficas que cambian el curso de la vida. Personas saludables que nunca serán las mismas. Leyes de vida que cambian drásticamente. No saben de edad, ni de sexo.
Síndome de down, un retraso mental que hacen casi ajeno a su portador. Nunca podrá depender de sí mismo y se le acorta la vida inevitablemente. Se convierten en seres enfermizos que tienen los días contados en un mundos tan clasista, tan poco humano.
Deportistas azotados por la muerte súbita. Se van sin despedirse, sin decir adiós, sin contarle al mundo todo lo que querían decir. Jóvenes con VIH que mueren de gripes, de neumonías, de imprudencias. Muchos de ellos ni siquiera lo saben...se ciegan, se confían y mueren. Así se van todos, los que nunca vuelven, los que serán recordados por el pasado, pero olvidados para el futuro.
Cáncer, en todas sus variedades. El letal cáncer de páncreas para el que no hay cura, tan sólo sufrimiento constante. El de pecho y próstata, los más inofensivos si se descubren a tiempo. Cáncer de boca, de garganta, de laringe, de hígado, de pulmón, de piel...para todos los momentos y de todos los sabores. Atacan sin piedad, a cualquiera. A las personas más nobles del planeta en primera instancia, para poner a la humanidad a prueba.
América y Europa escapan, pero en África se convierten en epidemias. Son muertes seguras, sufrimientos infinitos. Nadie se salva, nadie puede huir de las garras de una enfermedad mortal. A nadie parece importarle. Los ricos van a Houston a tratarse, los pobres a un agujero enorme donde apilan cuerpos. Porque en este planeta todos colgamos de un fino hilo transparente que nos hace caer finalmente. Porque como dicen los religiosos...todos estamos en las manos de dios...
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