DE CUANDO APRENDÍ...

Y viviendo aprendí que estar mal también está bien, que las lágrimas sirven para aclarar la visión, que el alma se peina, se moldea y bombea por el ritmo vertiginoso de su propietario. Viviendo aprendí que la muerte no es sinónimo de despedida, que tras una cara seria se puede esconder la mayor de las sonrisas, que la voz no es un espejo de la forma de ser y que las opiniones en cualquier momento son gratuitas. Aprendí que las consecuencias son lecciones, que no hace falta mirar al pasado porque de igual manera tiene como objetivo perseguirnos, que el futuro es un lugar incierto al que nunca llegaremos si no pensamos en el ayer y que los niños esconden más verdades de las que pueden contar. Aprendí que lo que se ve no siempre es lo que hay, que no es incorrecto ser diferente y que la perfección tan solo existe tras una gran pantalla que desaparecerá tarde o temprano. Aprendí que un sí y un no penden de un hilo tan fino que lleva a la confusión, que la gente confunde hasta el suicidio, convence hasta el homicidio y se esconde en cualquier recoveco. Aprendí que se puede escuchar con el corazón y hablar con la voluntad, que no hay nada más fuerte que el amor y que la destrucción no existe sin inocentes luchando detrás. Aprendí que lo importante no es quedarse en casa, sino salir a luchar, a revolucionarse y a pedir justicia por que creemos que nos pertenece. Aprendí que da igual si se gana o se pierde porque la felicidad la lleva cada uno en su ética y su moral muy dentro de su pecho. Aprendí la lección más importante de todas: que la libertad está dentro de nuestro pensamiento y ni en una cárcel de cristal...nadie podrá arrebatárnosla.