Las historias pendientes a veces me atormentan. Me encantaría poder resolverlas, hablarlas durante horas, aunque al final no cambie nada, pero al menos quitarlas de mi azotea como pelotas en los tejados. Muchas mueren con los espíritus, pero las mías me gustaría terminarlas. Amores que no tuvieron principio ni fin, que quedaron en el aire con un "qué hubiera pasado si...". El tiempo que engaña a cualquiera haciendo creer que es correcto, pero en el fondo mostrando que no fue un buen momento. El espacio, la edad, madurez...todo tan maleable e influenciable. Son como las raíces cuadradas que necesitan que los elementos coincidan para tener un buen resultado. Siempre he pensado que mi vida es como una clase de matemáticas, llena de números, de cuentas, de sumas, restas, faltas, números primos, divisiones....símbolos que ni yo mismo comprendo, cuentas que no me dan buen resultado. Creo que he llegado a este punto gracias a mi buen manejo con los números, aunque realmente sea estudiante frustrado de letras puras.
Huecos que reservo en mi memoria para esos encuentros imaginarios en los que me imagino las respuestas, las preguntas, las disculpas, abrazos, besos de cariño, manos en la espalda. La sinceridad en un puño, acompañado del corazón, latiendo como nunca. Las historias no mueren en el pasado, ni en las mentes...simplemente se apartan de forma momentánea para tratar de no pensar mucho en ellas y dejarlas que mueran solas y abandonadas, pero eso nunca ocurre, por más que queramos engañarnos. Ojala pudiera mandar en el alma...mientras tanto seguiré esperando esas oportunidades de reconciliarme con el pasado, con los fantasmas que en mí vivieron y ahora indirectamente me persiguen. Acepto el reto.
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