No puedo tentar a la suerte eternamente. Seguir tocando aquella puerta del pasado para entrar a tomarme un café que teóricamente no me gusta...sabe amargo. Justo esa amargura se convierte en adicción y termina por mezclarse con el aroma que respiro. Me gusta, pero me hace daño. Esa puerta no está cerrada, aunque la he barnizado para que parezca más sólida y no intente tirarla. Sin embargo voy tejiendo una llave de ilusiones para abrirla para siempre de una vez. Mis materiales hasta ahora han sido débiles, pero suficientes para doblegar la cerradura, aunque mañana apenas puedan moverla.
Me entristece pensar que mi vida en algún momento pueda resultar ser un laberinto de espinas en el que me sienta cómodo y me apetezca estar. Los rasguños hacen más fuerte, pero hieren igualmente y se pueden infectar. La misma vieja historia, con el mismo viejo final...todo sin un comienzo y ya van más de siete años...los recuperados por un espejo roto de su mala suerte. Se me acaba el tiempo, o me vuelve a empezar y todavía no se dónde quiero estar, a dónde pertenezco. Ya no me vale pensar que el tiempo se va volando. No reconozco mis actos, no entiendo mis comentarios, no me hacen gracia mis bromas...convivo con un extraño que no se mira con unos ojos objetivos, que no sabe qué significado darle a las cosas.
El pasado me viene en una especie de diana y yo me limito a lanzar dardos abriendo heridas que estaban cerradas, pero que vuelven a sangrar por mi culpa...y todo se me cae encima. Ya no es sangre roja, sino tinta venenosa que se queda en mi piel en forma de tatuajes maquiavélicos sin comprensión. Su olor, su forma, su torso, su sonrisa, su voz...todo tan surrealista que parece sacado de una película de ciencia ficción. No comprendo ni las causas ni las consecuencias, pero podría confirmar que muchos refranes son tan ciertos como el ciclo mismo de la vida...
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