
Me veo reflejado en aquel niño con voz de hombre que empuña la guitarra como una espada. con ella lanza notas que taladran sentidos, puntea gritos de dolor y aquella mirada... Fui yo el que las vi, esas lágrimas que caían por batallas ganadas que brotaban con sangre. Las guerras perdidas salían a borbotones por el sonido de aquel instrumento de madera, que nació al ver morir un árbol; lo asesinaron con crueldad, tal vez porque alguien sabía lo que crecería de él.
Le escuché cantar a los vientos, hablar de libertad, sufriendo en silencio y en su mirada yo me reflejé. Apren´día a apurar los segundos, a carraspear los agudos, a detonar bombas para los oídos y me creí todo lo que contó. Aquel no era él, sino yo, con esa sonrisa forzada diciendo palabras que amaba, que salieron bajo su piel. No paraba, la melodía no flaqueaba, sus dedos volaban a una velocidad inaudita por culpa del repertorio que escondía detrás. Y aquella mirada...
Se quebraba su voz con la mía, nuestras lágrimas se fundían. Abrí los ojos por última vez y no vi esa mirada. Sin embargo, el mundo me observaba decir palabras que no eran ajenas y mi mano izquierda se movía tocando unas cuerdas. No pesaba la guitarra, pero mi propio eco la hacía vibrar...creaban un todo con mis cuerdas vocales. Y aquella mirada...no volví a verla jamás...
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