
El 15 de diciembre de 2003 sigue siendo "la fecha". No se si ya si llamarlo el día del principio del fin, o el día que tarde o temprano (más bien temprano) tenía que llegar. Aún recuerdo aquel jovencito ingenuo de 19 años que se perdía en el chat buscando algún otro huérfano en la misma situación para poder desahogarse. Qué fácil es hablar, qué fácil es decir, pero qué complicado es vivir. Finalmente llegó el día en que conocí a Roy por internet, que en ese entonces tendría la edad que yo tengo ahora, o algo menos, y también había perdido a su madre a la misma edad que yo. Recuerdo su frase con tanta seguridad: "Todo se supera, y eso también. Al principio no te darás cuenta de lo que digo, pero con el tiempo verás que ni te acuerdas". Justo hoy, a casi 8 años luz de aquel momento, miro hacia atrás y veo cómo me licencié al fin, el día que aprobé el carné de conducir, mi Erasmus en Austria y otras tantas cosas que no pude compartir y que no se si hubieran pasado igualmente de estar ella viva.
Puedo decir que ya los infinitos porqués se disiparon. Ya no me paso la vida esperando volver a verla, como hacía antes. No se en qué me he convertido ni si he seguido el camino correcto. Me quedé sin guía demasiado pronto y me he perdido de todas las formas posibles. Me he caído tantas veces que apenas ya siento el dolor al doblar las rodillas de las cicatrices. Yo, desde aquí, hoy, no puedo decir que lo haya superado. De hecho no se si quiero superarlo. No se si quiero cerrar esa puerta que me obligaron a cruzar. No paro de avanzar mirando atrás continuamente para no perder sus recuerdos de vista. Gente nueva que conozco y aparece en mi vida, y que me encantaría que la hubieran podido conocer. Otros tantos que me preguntan por qué solo hablo de mi padre en presente y vuelta a empezar otra vez. Yo todavía no me veo capaz de pasar esa página.
Parezco un hombre, pero en ocasiones no puedo dejar de verme como un adolescente perdido amasando el aire y mojándolo con lágrimas a escondidas en silencio. Mis grandes amigos, el tiempo y la soledad. Cuántas veces me han ayudado a no tirarme por aquel abismo. Aquel precipicio sin fondo visible... Es cierto que hoy me siento realizado, en camino hacia algún lugar desconocido todavía y poniendo alma, cuerpo y corazón en todo lo que hago, como he hecho siempre. Sin embargo, una parte de mí se rinde a menudo obligándome a arrastrarla mientras me dice que nunca debí alejarme de la orilla.
Aquella playa a la que hace mucho que no vuelvo, bien por miedo a ahogarme o bien por miedo a perder. Ocho años dan para bastante. He aprendido a quererme, a respetarme y a no disgustarme tanto al mirarme al espejo, he vencido a varios demonios del pasado, he cruzado el charco, he quitado valor de más a las cosas y he aprendido a ser un poco más yo y un poco menos tú. Mi curiosidad va mucho más allá por saber si todo sería como hoy, si el pasado no me hubiera atacado de esta manera. Sigo pensando que todo ocurre por una razón y si todavía no lo he superado es porque algo importante está aún por ocurrir.