domingo, 29 de marzo de 2015

EL SABOR DE LA DERROTA

Las derrotas saben a pilas vencidas, a ese sabor chicloso y tóxico que nos queda en el paladar tras saber que no podemos llegar a la meta deseada o que no somos todo lo buenos que creíamos ser. El dolor del vencido es una punzada en el pecho; dolor sordo cuando vemos que nos superan en la carrera, que están más altos que nosotros en el vuelo, que no somos los primeros en tener la brillante idea. La injusticia de saber que existen los primeros, los segundos y los terceros. El desconsuelo de no querer asumir que no hay nada más allá del bronce de color sucio que ni siquiera nos cuelga del pecho. El valiente que tiene las palabras guardadas de sus agradecimientos por ser el mejor a sabiendas que nunca podrá recitarlas más que frente a su ahumado espejo. En lo más alto del podium vemos al vencedor que no queremos felicitar. Los vemos y nos imaginamos que fueron las trampas quienes lo ayudaron a ganar. Nuestro nombre, simplemente, no será recordado por nada especial. Lo veremos en tristes redes sociales, en documentos oficiales y los demás lo verán también en nuestro funeral junto al puñado de rosas de ocasión a punto de marchitar. La derrota es un abandono interno y auto-exigido que no nos deja avanzar. Cada sonrisa que sale es fingida que llora por dentro y la vida, como poco, nos parece lo más injusta que pueda ser. El mundo se convierte en un lugar desolado y nosotros no somos más grandes que un grano de arena pisado que se erosiona con las olas de un mar inventado.
El poder más grande del mundo no es la realidad, sino el que reside en nuestro cerebro. Dentro de nuestro cerebro es donde conseguimos los logros, las mayores metas, las medallas de oro brillante sin alear. Ahí todo es fantástico y maravilloso; sonreímos hasta que duelen las comisuras, todos nos aplauden y nos quieren abrazar. Muchos matarían por una foto a nuestro lado sin saber que no abrazan más que a una farola de humo que desaparecerá cuando cambiemos de pensamiento. Aun así en el cerebro ocurren cosas inauditas, situaciones increíbles en las que siempre saldremos victoriosos. En el cerebro no existen enfermedades, nadie nos adelanta en la carrera o nos supera en el vuelo. Somos tan superiores que deberían inventar una nueva medalla que deje en desuso a la amarillenta de oro. Mi cerebro, sin embargo, a veces no funciona. En ocasiones se cierra en banda y cuelga el letrero de no molestar. Se niega a hablarme o a darme victorias ficticias que alimenten un ego que no podré manejar. Mi cerebro me manipula y no me deja fantasear con ser rey, príncipe, modelo o pintor. Mi cerebro está lleno de espejos rotos que multiplican mis ojeras de perdedor, que triplican mis lágrimas de metal, que hace que mi tristeza explote manchando cada recoveco de masa dentro de mi interior. Mi cerebro me odia tanto como yo a él. Desea escapar de mi cabeza, pero sabe que morirá en mí porque nunca lo dejaré ir hasta que no me de las victorias que ansío. Ya no importa si son reales o no, pero en algún rincón de mi ser tengo la convicción de que existe la madera de ganador que ansío tener. 


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EL COMIENZO NUNCA RESIDE SOBRE NINGÚN PRINCIPIO...

Parecía que nunca nacería, pero aquí está...con una estética forzada y protocolaria. Con un toque propio de esos que te recuerdan a quién pertenece y con muchas expectativas de futuro (para liberar tensiones más que nada). Sin más, pongamos puntos y suspensivos a esto que nace hoy y que nadie sabe hasta dónde llegará....bienvenidos a mi verdad




"LA LOCURA QUIZÁ NO SEA OTRA COSA QUE LA SABIDURÍA MISMA QUE, CANSADA DE SOPORTAR LAS INJUSTICIAS DEL MUNDO, HA TOMADO LA INTELIGENTE RESOLUCIÓN DE VOLVERSE LOCA"

TODO OBJETO VARÍA SEGÚN LA VISIÓN DEL QUE LO CONTEMPLE

TODO OBJETO VARÍA SEGÚN LA VISIÓN DEL QUE LO CONTEMPLE