Robé tu lado de la cama, el olor de tu almohada, la fuerza al cerrar la ventana, una puerta entrecortada, entreabierta, o cerrada del todo. Robé los cobres de una cartera olvidada, los versos de un poeta sin blanca, las canciones de un solista sin guitarra. Robé el dominio de mi ciudad inventada, los grises que nadie quiso que amara, las iniciales de los nombres que deseaba. Robé vida, tiempo y amor de un desgraciado que me miraba, robé al vecino que se masturbaba en la solana, a la vieja del quinto que me buscaba y al vendedor que me estafó con la persiana. Robé tanto que pensé que no cabía en mis cuatro casas, que creí que tendría que devolver alguna de mis venganzas, mis batallas ganadas, el vello de cuando me depilaba. Robé el espacio del que vivió conmigo en mi aduana, en mi hueco vacío, en mi tiempo apurado, en mis cuentos reñidos. Robé a una gitana su romero, a una granja su cordero, a un caballero su monedero. Robé preservativos usados para niños inventados, robé espermatozoides ajenos para hacerme un señuelo, robé leche materna que me devolviera a mi cueva. Robé recuerdos de aquel libro prestado, historias que otro se había inventado y unos dulces que me sabían un tanto amargados. Robé bajo el sol de un inverno a cero grados, vestido de blanco como el que espera a ser casado y teñido de rojo como si recién asesinado. Robé escritos de cinco minutos sin hilvaneo ni hilado, robé husos que dormían manzanos y muñecos de madera que deseaban a humanos. Robé sexo, placer, dolor a cascadas, robé de los payasos sus más falsas carcajadas, robé un puñado de garbanzos a la vieja que se quejaba.
Con todo lo que robé me hice un palacio en el que guardo lo que nadie quiere, en el que nadie me busca, en el que ni yo mismo me encuentro, del que no quiero salir y que lo vea por dentro. Escondido con hechizos de polvos de talco, que pasan de ser mágicos a ser un palco letargo. Mi paradero sigue siendo una estrella divagando y mi arte para robar...un misterio por encargo.
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