Anoche estuve hasta el amanecer borrando nuestros nombres del cielo...ahora, palabras ilógicas para mí. Se rompió la bóveda celeste de tanto no usarla. Lo peor de las guerras es cuando empiezan a traición sin esperarlas. Sin darme cuenta me encontré con un revólver en la sien sin opción a combate. Yo, durante días dormí en mi silencio sin siquiera pronunciarme. La más grande de las victorias es saber cuándo encajar una derrota, y esta, sin duda alguna, era la mía. La más devastadora de todas las derrotas. De esas que dejan secuelas con cicatrices infectadas...como las que ahora llevo en el alma.
Mis sentimientos apenas hacen lo que les digo, se empeñan en manifestarse para que detenga la situación o para que al menos apriete aquel gatillo. La compostura, como siempre, muy pegada a mí con un imperdible, para recordarme dónde estoy y de dónde vengo. Una vez la guerra perdida, ya se divisa un nuevo horizonte hacia el que caminar, aunque parezca estar a un millón de millas de aquí. Finalmente, como cada pingüino migratorio lo lograré yo también. Ya ninguna más de tus miradas diferentes sacarán nada de mí porque tu retórica me la he aprendido bien.
Tienes permiso a llevarte todo lo que quieras siempre y cuando te vayas ya sin mirar atrás. Tu verborrea no sirve de nada, para mí tan solo son palabras vacías caídas en el camino. Muchos las pisarán al pasar justo como hacías tú con mis "te quieros" no correspondidos. Eres libre, huye ya, pero no vuelvas más porque sinceramente...no queda nada que hablar....
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