Los recuerdos se amontonan como batallas perdidas. De tanto que llevo buscándome no termino de encontrarme más que en los prados secos de cualquier tarde de invierno. Reflejo será de la textura de mi vida, que se va volviendo más y más áspera a cada año que cuento. Tres décadas de andaduras que se me antojan un tanto caprichosas. No es cierto eso que dicen del rumbo y que cualquiera es dueño del suyo. El mío se desvió hace mucho tiempo y no he podido enderezarlo. Es por esto que decidí seguir para ver qué me deparaba el caprichoso destino. Latigazos con buches de sangre fue todo lo que vi, aunque los espectadores de mi privado espectáculo me vean reír. ¿Sabrán ellos sonreír cuando ardes de dolor por dentro?
Lo más oscuro del día no es justo antes del amanecer, sino cuando vemos que no va a volver a salir el sol. Es ese frío que entumece los huesos el momento en el que toda esperanza se pierde, pero el cuerpo se niega a morir. Se levanta y sigue andando hasta que toquen al fin sus últimas pisadas, que nadie, ni siquiera ese dios que todos adoran y al que le han puesto diferentes nombres sabrá jamás. Es un acertijo infinito, un juego para no ganar, como lo ha sido esta guerra para mí. No cuento historias de corazones desgraciados, destrozados o pegados sus pedazos, cuento sentimientos rotos, promesas sin cumplir, traiciones de película.
No seguiré ese camino vaya todo bien o mal, y es ahora cuando estoy preparado para sufrir o para reír a partes iguales. He aprendido que donde reside la bondad también se cuelan seres crueles. Al final de cada camino siempre existe un principio en cualquier otro. Perdido o no acabaré por encontrarme, y ¿por qué no? Igual la próxima desgracia no me ocurre a mí.
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