
Una pena que las cartas ordinarias se pierdan poco a poco en lo más profundo del olvido. Los sentimientos epistolares quedan sepultados al peor de los pasados: aquel en el que el futuro no se para a recordar, a investigar. ¿Qué fue de aquellas vidas separadas por la guerra? Noticias de lo más delicadas que bastaban con un “sí…” o con un “lo siento…”. La emoción de ver aquel sobre con líneas rojas y azules en los bordes y mi nombre escrito a bolígrafo con una caligrafía indescifrable a primera vista. Sellos de varios colores personajes míticos que no conozco, con animales o emblemas que no me son familiares. ¿Acaso no vale la pena seguir enviando cartas tan solo por el mero hecho de notar los pliegues del papel en nuestras manos? La saliva intacta que sella el sobre y ese cuño de hace quince días… El trayecto que lleva una carta es impresionante. Las manos por las que pasa, las ciudades que visita sin ser consciente de ello. Todo ese recorrido para llevar un puñado de novedades, de sentimientos, de pensamientos de un lado a otro del planeta, del país, de la ciudad. Toda una intimidad doblada en cuatro en un par de folios. ¿Quién pudiese recibir una carta escrita a mano en 2011? Yo, desde luego, me muero esperando por ella y, como a veces tengo un lado esperanzador…sé que llegará tarde o temprano.
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