Dicen que es un acto reflejo, que no lo
notamos, que no somos conscientes de ello, pero yo pienso: ¿Cómo voy a ignorar
mi propia respiración? La siento débil y tranquila cuando duermo o descanso, la
encuentro imposible cuando estoy enfermo, me avisa con golpes si estoy nervioso
o emocionado y me avisa de peligro si estoy llorando o derrotado. Mi
respiración es casi como mi propia esencia. Se trata de mi vínculo a la vida,
de mi unión con lo físico, con lo moral, con lo espiritual. Si no respiro bien
yo no estoy bien y quiero dejarme vencer.
Nada mejor que una buena inspiración en lo
alto de un monte o rodeado de bosques infinitos. Luego expirar lentamente para
notar cómo se han limpiado mis pulmones. Para mí, hay respiraciones que me han
cambiado la vida, y se han modificado haciendo un todo con mis sentidos.
Aquella vez que visité las cataratas Victoria y el agua caía empapándome de
arriba abajo, o aquella otra vez que me bañé en el océano Índico por primera
vez. Un paseo en una montaña rusa vertiginosa de algún país europeo o
simplemente un día al sol en una playa del archipiélago. La respiración es lo
que hace la diferencia.
Formar un todo con el aire, permitirlo entrar
dentro de mí y expulsarlo dejando hueco para una nueva bocanada de aire. Todos
parecen darlo por sentado, sin apenas disfrutar de una respiración plena, pero
yo soy consciente del valor de seguir aquí y que todo y más se lo debo a mi
respiración. Hace años, aquel chico que solía ser yo respiraba torpemente, con
miedo y vergüenza de coger aire que no fuera suyo. Sin embargo, hoy, el hombre
en el que me he convertido ya no tiene miedo a respirar, y no va a pedir
permiso a nadie para hacerlo. ¿Respiras tú también?
No hay comentarios:
Publicar un comentario