Momentos especiales que hacen que la vida valga la pena. Esos instantes que la gente deja pasar porque está demasiado ocupada mirando el reloj. La naturaleza en su esplendor pidiendo a gritos su salvación de manera fantástica. Sin rencor ni reproche, dando todo de sí para ser admirada.
Sentir la lluvia sobre la cara, la aurora boreal diciendo hola a la cámara. Notar la brisa del viento empujándonos hacia su rumbo. Caminar a la orilla de las olas. Descubrir colores nuevos en los amaneceres o contar las estrellas de cada constelación.
Regañarse cuando tenemos el sol de frente y nos ilumina el alma. Cerrar los ojos para sentir los rayos de su calor. La nieve, la niebla, el agua. La arena, la tierra, la hierba. Los ríos, la lluvia, los mares. Los árboles, la brisa, el hielo...todo.
Esas pequeñas cosas que la rabia, la tristeza, la prisa, la ignorancia y la superficialidad no dejan ver. Todo aquello que sabemos que existe, pero que no nos hemos detenido a contemplar. Todas esas cosas que mucha gente no ha podido ver, ni verá jamás. Paisajes que nos perdemos cuando dormimos en el tren y que desconocemos porque están demasiado lejos. Esas instantáneas de elementos que se mezclan en cuestión de segundos. Ese momento en el que la vida es perfecta, única, maravillosa...
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