Día en el que mi habitación se hace estrecha, las paredes muy finas, y la casa interminable. Las escaleras eternas, las calles vacías, y las noches frías. La ropa me queda grande, me olvido de ponerme zapatos y voy descalzo sobre el hielo. Las hojas no caen de los árboles y el viento me mueve a su antojo. Un día tonto, de esos en los que por más que salto, llego al suelo pronto. Día en el que grito a los cuatro mares que quiero irme de aquí.
Miro hacia arriba y no veo nada, miro hacia abajo y no veo nada. A las pocas horas me doy cuenta que no veo nada. Nada de nada.
Será el silencio, será el vacío, será la inmensidad...pero sigo sin ver nada. Consigo abrir los ojos y noto que hace cuatro años que yo no era el mismo. Cuatro años después de haber bajado al suelo y no soy capaz de avanzar. Cuatro años bebiendo y aún sigo sobrio. Cuatro años llorando y aún sigo seco. Cuatro años gritando y aún nadie me escucha. No noto mi corazón en el pecho. Se ha ido a la huelga infinita, y no volverá nunca más. Se ha marchado sin ropa y se congeló en el camino. Mi cuerpo es un espectro que murió hace cuatro años. Un espíritu que vaga hace cuatro años, un alma sin dueño que desapareció hace cuatro años. Cuatro años soñando y aún sigo durmiendo. Cuatro años...
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