Igual soy yo…que me he hecho mayor. Que con el paso del
tiempo y las arrugas me da por ponerme más en la piel de lo ajeno, lo que no me
toca de cerca, pero me afecta de lejos. La vida en sí, que se me antoja larga y
corta, dura y bonita. Veo lo que está ocurriendo con esta sociedad que mata lo
que no quiere, que esconde los errores en alcobas temporales hasta que salen y
arrasan con vidas completas. Los del poder que hacen con nosotros lo que
quieran. Unos que no hablan, otros que no se callan y alcanzan. La policía, que
todo lo soluciona a palos. El ébola, que a nadie le interesaba porque estaba en
otra dimensión llamada África. La culpa al final es de un pobre perro que no
hizo más que salir a pasear con sus dueños, y a mí que se me parte el alma con
tanta injusticia. No hablo ya de perros, de enfermedades terminales, de
pandemias, de temporales, de continentes malditos, de desequilibrios…yo hablo
de humanidad.
Siempre he partido de la base que el ser humano, con sus
matices, presiones, pros y contras siempre tiene un sentido común, una lógica,
o en su defecto un corazón. Si este late supongo que es porque dentro hay algo
que se emociona, que alguna vez se ha enternecido y ha sentido pena, nostalgia,
empatía. Si todos y cada uno de nosotros hemos sentido algo así ¿por qué ya no
sabemos ni qué idioma hablamos? Unos se pasan la vida hablando sin decir nada,
otros gritando sin ser escuchado, otros manifestándose para recibir palizas,
otros en casa esperando a que la tormenta pase. El mundo que yo creía conocer resulta
estar lleno de mucha gente y de muy pocas personas. No se trata de diferencias,
de intereses o de batallas, yo solamente hablo de mantener este planeta vivo,
de preservarlo, de guardar culturas, de presumir de respeto e igualdad, de
compartir, de salvar lo que nos proporciona la vida, de dejar pasar a otra
persona antes de empujarla para entrar uno mismo.
Puede que sea el día, que sea “mi” día, el tonto, el día que
todos tenemos de vez en cuando, pero yo llega un momento en el que ya dejo de
entender, dejo de pensar y dejo de opinar porque si me mojo es que soy un
radical y si no me mojo me tachan de cobarde. Sin embargo, algo que tengo en mi
interior no me deja quedarme en casa, no me deja sin voz ni voto, y no me deja
sin ser otra persona que no sea yo; ya proteste, grite o corra. Así es como
aprendí a ver las cosas, como aprendí a dialogar, a defender lo que creo justo,
a aceptar las veces que me equivoco, a pedir disculpas si siento que lo he
hecho mal. Y como no es perfección de lo que estoy hecho sigo aprendiendo en el
proceso. Porque las metas cuestan y porque yo ya no pido que se cumpla, yo
ahora pido que sea posible. Partiendo de esa base me pongo la armadura y salgo
a luchar.
El protector de los animales, anti-taurino, pro-Excalibur a
muerte, el que prefiere hablar a los animales que escuchar sandeces de
personas, el que da dinero para que otros que tienen más tiempo y voluntad que
yo salven el Ártico, el cobarde que no se atreve a ser vegetariano porque
precisamente no piensa que va a cambiar nada. Así, con mi admiración a mucho y
mi desprecio a otros me limito a ser yo. Al igual que más racional que nunca,
me he vuelto más práctico y por eso ya no doy explicaciones cuando no me
apetece, ni hablo del pasado si no voy a sacar nada en claro. Por eso dejo que
las personas crean lo que quieran creer, que entre ellas se envenenen con
historias, que se retroalimenten a mi costa sin saber que yo sigo durmiendo por
las noches. Al que le pesa más una desinformación que mi propia versión lo
invito a marcharse y no volveré a buscarlo jamás, y al que me traiciona con
mentiras lo desdibujo de mi vida, y más si ya tiene su sentencia escrita en los
genes. Unos me llaman cruel, y otros valiente, pero yo…no puedo ser otra cosa
que Raúl, el que grita verdades aunque duelan, y el que me juzgue que se mire
en el espejo y se confiese.
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