Hubo una época en la que me hice tan pequeño que nadie podía
verme. Justo como las hormigas que nadie aprecia desde la copa de un árbol. El
miedo me invadía capa por capa, desde la epidermis hasta el más profundo de mis
órganos. El terror se filtraba con el agua por mis riñones y luego bombeaba
hacia mis venas desde mi corazón. Mezclado con el oxígeno lo convertía en óxido
y me tupía hasta hacerme morir. La muerte, que tantas veces me visitaba de
formas diferentes se negaba a obedecer mi petición de marcha. El sufrimiento
era peor que cualquier despedida repentina. Así, poco a poco me convertía en la
nada absoluto, en el más oscuro de los vacíos. Mi reflejo no soportaba mi
mirada y el espejo decidió darme la espalda para no reflejar las ojeras que me
estaban destruyendo la cara. Un rostro nunca bello, pero sí demacrado por los
azotes del caos que tenía en mi cabeza. La vida, tan ajena a mis días que
llegué a pensar que la había perdido. La encontraba dando vueltas por mi lado
del colchón hasta que volvía a entrar con mi respiración. Para mí el último de
los suspiros, pero para el destino se trataba de una nueva oportunidad, como
todas las que dejé pasar por la ceguera adquirida que padecía. Mi boca se
negaba a hablar, mi cerebro no daba órdenes de impulsos y mi sistema motor se
negaba a dejarme avanzar un solo paso más. Así pasaron los días, las semanas,
los meses… haciendo que mi cuerpo se marchitara, que mis entrañas ocupasen todo
el espacio libre de mi existencia y que lo único que me unía a la humanidad era
un mantenimiento mínimo del cuerpo que se limitaba a dejarme ir al baño, y
cerrar los ojos varias horas al anochecer.
Pensar; pensar se convertía en el pasatiempo de mis ratos, que no fueron
pocos. Los condicionales imposibles, las promesas sin cumplir, las largas
esperas de abrazos que no llegaron. Azotes de soledad, maldiciones hacia mi
persona, la tortura de la invisibilidad que un día deseé para curiosear mi
sociedad y ahora que la poseía me destruía lentamente. Así, justo así es como
el cuerpo humano de un hombre empieza su propia autodestrucción. Así, con el
simple paso de deprimirse y hacerse pequeño hasta el punto de no encontrarse ni
aun siendo su propio dueño. Así, fue como desaparecí en aquella época, y aunque
hoy no sé si vuelvo a existir…seguramente algún día sea capaz de volver a
encontrarme, pero solo si alguna vez fui alguien…
miércoles, 5 de noviembre de 2014
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
EL COMIENZO NUNCA RESIDE SOBRE NINGÚN PRINCIPIO...
Parecía que nunca nacería, pero aquí está...con una estética forzada y protocolaria. Con un toque propio de esos que te recuerdan a quién pertenece y con muchas expectativas de futuro (para liberar tensiones más que nada). Sin más, pongamos puntos y suspensivos a esto que nace hoy y que nadie sabe hasta dónde llegará....bienvenidos a mi verdad
"LA LOCURA QUIZÁ NO SEA OTRA COSA QUE LA SABIDURÍA MISMA QUE, CANSADA DE SOPORTAR LAS INJUSTICIAS DEL MUNDO, HA TOMADO LA INTELIGENTE RESOLUCIÓN DE VOLVERSE LOCA"
No hay comentarios:
Publicar un comentario