Y le contó al viento que ya había terminado
con aquella historia que por poco le llega a matar. Reflexionó para sí mismo
antes de gritar palabras que nadie comprendía, pero que a la vez tenían un
significado tan profundo como el mismo corazón. Fue entonces cuando dijo bien
claro: “ya es hora de que mis sueños sean escuchados, y aunque no los
logre…moriré al intentarlo”. Ciertamente sobre los cobardes no se ha escrito
nada, y esa mítica frase fue la que le dio el último empujón. La valentía se
apoderó de él. Se quitó toda la ropa y comenzó a correr hacia el agua de aquel
río que ya no le daba miedo. Fue ahí cuando comenzó su verdadero desafío.
Una guitarra y una canción en do menor fueron
suficientes para mantenerle despierto toda la noche. El momento había llegado finalmente
y escuchó con atención. Ya no se vio solo en medio de la nada, ya no se sintió
desolado en el lugar que llama hogar. Sabía que si hablaba…finalmente
aparecería alguien deseando escuchar. Aquel cruce ya no estaba colapsado, no
existían más retenciones. Sabía que era mucho más que lo la vida había hecho de
él, y se encontraría en cualquier otro nuevo lugar. Por eso sonrió sin medida.
Su voz ya no era prestada, sus palabras no eran compradas, su vida no sería
jamás malgastada. Solamente miraría al cielo y se vería su rostro reflejado. Y
así comenzó el día que le vio renacer…
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