Y es que realmente Otto no pretendía nada en absoluto, pero las esquinas de su habitación se tornaron. Le dieron un bofetón en la cara y le explicaron que la vida no era sino un conjunto de momentos que se unen para hacernos tristes o desdichados. Mirando hacia el cielo él se negó a creerlo. Podía incluso sentir el amor verdadero en el horizonte, tan solo tenía que buscarlo y encontrarlo. No sería fácil, pero a él no le importaba esperar; era paciente.
Otto abrió su mente y dejó sobre la mesa todas aquellas cosas que no necesitaba, volvió a cerrarla y sonrió. ¿Qué más da lo que fuera la vida? Él seguiría avanzando con sus planes y la viviría a su manera. Cada día de un color diferente, con personas distintas, con risas de olores y abrazos fuertes, cálidos. Eso podía ser la vida, un abrazo de oso que nos protege de cualquier mal. O incluso podía ser un beso en la mejilla de un aliado. La vida, sin duda, era complicidad.
Ese sería su propósito, compartirla con mucha gente buena. Personas que le aporten diferentes pintadas con tonos imposibles e irregulares. Bendita imperfección que existía en el mundo y de la que ahora podía aprovecharse. Disfrutaría como un loco de las texturas de la sociedad, escucharía sus lecciones, sus leyendas y así las aplicaría a su propia existencia. ¿Qué era la vida entonces? Lo que cada uno esperara y quisiera hacer de ella...ni más, ni menos...
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