Y en mil ocasiones me veo como aquel chico que se queda
quieto ante el peligro. Sin moverse y respirando en silencio. Expuesto a los
elementos en la intemperie, y con una sonrisa guardada bajo el brazo.
Me siento frío y me comparo con un libro. Un libro que aún
está sin escribir, y del cual es imposible descifrar su final.
Cada día voy llenando las páginas de buenos momentos;
momentos inolvidables con la gente que quiero. Van surgiendo los titulares
donde se clasifica todo lo que pasa por mi vida.
Me detengo un segundo y decido dar un paseo por la novela de
mi vida. Empiezo por el encabezado que dice, “vivencias que hacen de mí un ser
afortunado”. Y ahí pasan todos esos momentos con mi gente. Esos momentos de
carcajadas, de abrazos y de sonrisas. Esos días en los que las preocupaciones
no existían. Tan inocentes que ignorábamos el significado del amor, y tan
atrevidos que desconocíamos el sentido del peligro.
Más adelante me choco con la jaula de la experiencia. Ese
lugar donde todo lo que aprendido vive almacenado, pero como en cualquier reja,
a veces se escapan las lecciones, y hacen que vuelva a cometer los mismos
errores. Leyes de vida que una vez me convirtieron en lo que soy. Viajes a la
inmensidad y palabras de sabiduría absorbidas con la más cuidadosa de las
curiosidades. Trampas en las que caí sin red y cicatrices aún por sanar.
De repente me encuentro frente a mi zona favorita, “historias
de amor que no eran para mí”. Ahí probablemente se guardan los golpes más duros
y los momentos de los que he aprendido más profundamente. Personas de lugares
distintos de los que saqué lo mejor de mí, todo lo que poseía y donde al final
perdí hasta el último suspiro. En algunos casos gané una amistad de por vida,
en otros un rencor infinito, pero siempre quedó en mi interior esa marca en
forma de llaga que dice “¿Y si..?”. Después de todo no percibo mucho
arrepentimiento en la habitación, así que puedo vivir tranquilo.
Y ahí está esa puerta enorme, entreabierta y ruidosa. Con un
cartelito por fuera que dice: “momentos de vergüenza y carcajada”. Esas
situaciones que me han cambiado el color de la cara. Palabras que sin
pretenderlo, han hecho de mí un ser humano más. Absurdo, ridículo e imperfecto.
He aprendido a reírme de mí todos los días, y eso no me ha impedido el tenerme
mucho aprecio. Esa habitación en la que entro cada vez que estoy en las nubes,
cada vez que estoy en mi mundo. Y de la cual siempre salgo con una sonrisa de
oreja a oreja.
Mi libro se divide en capítulos que se van dividiendo según
los momentos que pasan por delante de mis ojos. Es como una travesía hacia un
destino desconocido.
Páginas llenas de imágenes y de momentos inmortalizados por
mis manos. Instantes que dieron un giro a cada historia, y personas que
cambiaron el futuro del autor, sin tener la intención de hacerlo.
Cada capítulo esconde su lado gris que procuro no zarandear
demasiado, para que las lágrimas no caigan de repente y me hagan detener lo que
estoy haciendo.
Apuñaladas a la espalda que más que dolor, han provocado en
mi persona sorpresa y tristeza. Situaciones que no creí que pudieran darse
conmigo, y momentos que no creí que viviría. Palabras que no salieron de mi
boca, pero que entraron en mis oídos cuando otra persona las decía.
Y de vez en cuando me encuentro con ese pequeño ático con la
puerta cerrada, pero que solo pasando a su lado, siento como se abre de par en
par y me absorbe. No he sido capaz de ponerle cartel, porque desde que me
acerco unos pasos, ya no puedo salir de ahí en horas, e incluso días.
Una habitación sin final llena de decepciones, de rabia
contenida, de impotencia. Un espacio donde sólo hay sitio para el dolor y la
desesperación, y una atmósfera de incomprensión que ni yo mismo he llegado a
entender.
Cuando ya estoy tan débil que no puedo seguir en ese cuarto,
me dispongo a salir, y la única conclusión que saco, es que mi vida se ha
basado en la incomprensión.
Miradas de interés que en el fondo solo son señal de
escepticismo y palmaditas en la espalda cuando ni siquiera se creían el motivo
de mi dolor. Todo por culpa de la incomprensión.
Salgo de esa aura de extrañeza y me siento en mi mente a
recapacitar. No se si soy demasiado raro para este mundo, o si no estoy
preparado para esta época. Me cuestiono mi propia existencia y pienso si en
algún otro lado del océano habrá alguien preparado para mí. Y me quiero ir de
este mundo. No quiero seguir en un lugar donde las mentiras piadosas y la
envidia sana tomen el poder.
Las páginas van moviéndose hacia atrás y vuelven hacia
delante. Retroceden y se resquebrajan. Se van borrando las palabras, los
hechos, y los momentos. Se cambian los significados y los actos. Se confunde
todo y se desdibujan las formas.
La nitidez ya no forma parte de mi vida y cada nueva página
hace que una memoria del pasado pase al olvido.
Se borra lo que más disfruto y se escriben momentos de
dolor, de añoranza y de anhelo.
Nuevos personajes para mi historia. Nuevos signos para mi
cuerpo y nuevas llamadas para mi oído.
Casi sin darme cuenta el día se vuelve soleado. Todo toma
color, cambia de tonalidades y alegran mi historia. Algo en mi interior me
indica que será momentáneo, pero intento sacar lo mejor de ello. Sonrío hasta
la saciedad y llamo a mi gente para que estén conmigo. Ya no me apetece estar
solo, ni me apetece caminar con la cabeza cabizbaja.
He decidido que hoy no le guardaré rencor a los
traicioneros, ni le pondré la zancadilla a nadie. No haré de mi vida una
pérdida de tiempo y trataré de escribir yo mismo las páginas de mi historia.
Tomaré las riendas de mi destino sin necesidad de escudo alguno. Saldré ahí
fuera y contaré todo lo que aún me queda por decir, y no volveré a casa hasta
que las palabras no hayan cesado de mis labios. No importa el idioma, ni el
dialecto. No importa el tono, ni la velocidad. Solamente importa el
significado; el mensaje oculto que conlleva y la información subliminal que
fluye. Apta para todos los públicos, asequible a todo tipo de mentes, y
receptiva para todo tipo de sordera. Diré que estoy aquí, que quiero seguir
aquí, y que esta vez es para quedarme.
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