Tenías que pagar por ello. Por maricón, por rojo asqueroso, por brillante, por enemigo de la España católica. ¡Cómo no iban a fusilarte, poeta, hombre libre! Tenías tanto que decir. Te habría admirado todo el mundo. Te habrían dado el Premio Novel. Lo que ellos no saben es que no llegaron a matarte. Provocaron tu muerte física, pero te hicieron eterno. Sobreviviste a tus verdugos. Destrozaron tu cuerpo, pero con Lorca no pudieron.
Estás en tu casa de Fuentevaqueros, aunque cueste encontrarla porque sólo está señalizada la “Ruta de Washington Irving”. En tu cuna dorada, en tu piano, en tus manuscritos. En el olivo del parque que lleva tu nombre, allí donde caminaste entre fusiles. En las aulas del mundo, donde se leen tus versos en voz alta. En la magia de los artistas que son locales y universales a un tiempo. En los escritores intelectuales que se posicionan políticamente para cambiar las cosas (pocos). En la voz de quienes se levantan frente a la violencia. En el alma de quienes remueven la tierra buscando a sus seres queridos, sepultados como tú en tristes fosas comunes.
Fuentes solventes afirman haberte visto también en un instituto de secundaria, insultado y humillado. En una taberna de pueblo, despreciado por sus fanfarrones parroquianos (que sepas que la España reaccionaria se resiste a desaparecer). En algún corredor de la muerte, donde las horas pasan lentas. Entre las víctimas anónimas de las guerras, cuando el odio desencadena otras venganzas camufladas en razones políticas, como te ocurrió a ti. En un descampado, lapidado por falangistas islámicos. Acabamos de matar a Federico, por maricón.
Ya ves, Federico, que estás mucho más vivo de lo que nos han hecho creer. Así que te informo, poeta sensible con alma de niño y visión trágica de la vida y de la muerte, que estoy en vela, aguardando tus versos en la madrugada.
Estás en tu casa de Fuentevaqueros, aunque cueste encontrarla porque sólo está señalizada la “Ruta de Washington Irving”. En tu cuna dorada, en tu piano, en tus manuscritos. En el olivo del parque que lleva tu nombre, allí donde caminaste entre fusiles. En las aulas del mundo, donde se leen tus versos en voz alta. En la magia de los artistas que son locales y universales a un tiempo. En los escritores intelectuales que se posicionan políticamente para cambiar las cosas (pocos). En la voz de quienes se levantan frente a la violencia. En el alma de quienes remueven la tierra buscando a sus seres queridos, sepultados como tú en tristes fosas comunes.
Fuentes solventes afirman haberte visto también en un instituto de secundaria, insultado y humillado. En una taberna de pueblo, despreciado por sus fanfarrones parroquianos (que sepas que la España reaccionaria se resiste a desaparecer). En algún corredor de la muerte, donde las horas pasan lentas. Entre las víctimas anónimas de las guerras, cuando el odio desencadena otras venganzas camufladas en razones políticas, como te ocurrió a ti. En un descampado, lapidado por falangistas islámicos. Acabamos de matar a Federico, por maricón.
Ya ves, Federico, que estás mucho más vivo de lo que nos han hecho creer. Así que te informo, poeta sensible con alma de niño y visión trágica de la vida y de la muerte, que estoy en vela, aguardando tus versos en la madrugada.
Fernando Olmeda
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